Nací un 31 de diciembre en Salamanca, allá por el año 1977. Como me llevan diciendo desde que tengo uso de razón, "le di las uvas a mis padres", lo cual no es del todo cierto, ya que nací a las 12, pero del mediodía, así que al menos tuvieron algo de tiempo para preparar la cena, eso sí, en el hospital.
También desde que tengo uso de razón, me repiten, cada vez que me piden el nombre completo, aquello de "¡Anda! ¡Todo nombres!", desde el profesor de turno hasta la amable funcionaria que revisa el formulario correspondiente, así que me llaman Miguel, Vicente y hasta Mariano (nunca he sabido muy bien por qué), y siempre pienso "¡Que Mario no puede ser apellido, por Dios! ¡Aunque solo sea por deducción!" Pero eso solo lo pienso y prefiero callármelo.
En estas biografías los escritores suelen poner toda una retahíla de títulos, másters, estudios en Harvard, participaciones en distintos periódicos, premios literarios y demás proezas, algo que, como aún escritor novel y como "buen mal estudiante" me resulta imposible.
Respecto a esto último, he de decir que yo era un vago redomado, de aquellos que no pisaba por clase y que repetía, tripitía y hasta estuvo a punto de ser expulsado tras tanta repetición. Lo cierto es que a pesar de todo, y gracias a los dioses, no era un "nini" al uso como lo entendemos ahora. Mi problema era que a mi no me interesaban las asignaturas que me impartían, a mi lo que me interesaba era leer, leer compulsivamente, pues así me lo habían inculcado mis padres (un poco de cultura del esfuerzo también habría sido de agradecer, pero no me quejo, finalmente la adquirí para lo que en verdad me gusta y apasiona, así que estoy más que satisfecho).
Y ese interés apremiante, casi ansioso por la lectura, viene desde los cinco años, cuando mi madre, Paquita, desastre y maravilla, se sentaba junto a mi cama a leerme "El Principito" y después "La Historia Interminable", y yo disfrutaba como el enano que era, imaginaba y quería que aquellas historias no terminasen jamás (será por lo de Interminable, perdón por el chiste malo). Aquello comenzó en La Coruña, lugar al que nos tuvimos que trasladar por cuestiones de trabajo de mi padre, ciudad y tiempos que, aunque breves, recordaré siempre con cariño. Pero no nos desviemos.
Si a ese interés precoz por las historias le unimos que mi infancia se desarrolló entre miles de libros, miles de vinilos y, por qué no decirlo, la creativa y genial televisión infantil de los ochenta (¡Ah, Bola de Cristal! ¡Oh, Planeta Imaginario!), tenemos el cocktail perfecto para que creciera en un mundo en el que la imaginación y la inventiva formaban parte de mi día a día. Si tuviese que hacer un resumen muy sucinto, este sería que era un niño un poquito repelente, sí; "el repelente niño Vicente", me llamaban. Pero era muy majo y muy gracioso, qué caramba, y ante todo, con una imaginación desbordante. Fue una infancia feliz, sin duda. La adolescencia no sería un camino de rosas para mí. Problemas serios en casa que prefiero no narrar aquí, acabarían por llevarme a aquellos fracasos en el instituto, a no querer pisar por casa, o al menos, a pisar lo menos posible, y el único refugio que encontraba entre tanto caos, aparte de la compañía de mis amigos, eran los libros.
Lo cierto es que, con el pasar de los años y tras esa tormentosa, pero también estimulante y maravillosa adolescencia, llena de poemas ñoños, mi época grunge y heavy, los días de discotecas, de locura alcohólica y los líos intrascendentes, la realidad, como siempre, vino a golpearme inclemente, así que, como quien dice en el último momento, acabé los estudios y terminé obteniendo al menos un título menor de Técnico Superior en Secretariado y Administración de Empresas. Traducido: nada de nada.
Luego, salí de aquella casa de locos, asenté la cabeza, me casé y empezaron a llegar las facturas, las obligaciones, trabajos de mierda, los impuestos, el maldito coche y todo eso que forma parte de la vida de un adulto y que, por qué no decirlo, me interesaba casi tanto como aquellas asignaturas de las que me escaqueaba. Porque mi gran pasión, mi gran sueño, lo único que en verdad me hacía feliz, había quedado aparcado lejos, como esas veces en las que no recuerdas dónde dejaste el coche y vagas como un idiota por las calles anejas sin atinar, mirando a un lado y a otro.
Y es que ese algo, ese sueño, esa cosa para la que siempre pensé que valía y que en verdad sería a lo que me querría dedicar en cuerpo y alma, no era otra que escribir, contar historias, transmitir sensaciones, expresar sentires, compartir vivencias, trasladar experiencias propias a las páginas, crear personajes que tuviesen una porción de mí, (una porción que a veces se aproxima a la realidad mucho más de lo que me gustaría) , divertir, provocar el llanto y la risa; ser escritor. Pero ese sueño se había perdido en el tiempo y, en gran parte, en el olvido, pues las circunstancias, la situación, la subsistencia y en definitiva, la vida, me habían encaminado hacia otros derroteros.
Curiosamente, fue la muerte de mi madre, uno de los peores trances por los que he tenido que pasar, lo que acabó por traer de vuelta aquel anhelo perdido. Y es que, tras ponerme una ridícula coraza mental y pasar los tres primeros meses tras su pérdida como si no hubiera ocurrido nada, de pronto un día todo el dolor acumulado reventó y se esparció por mi cabeza y mi corazón como no podía ser de otra forma. Como nota curiosa os contaré que esto ocurrió viendo "La La Land".
Así que tras esa explosión descontrolada, requerí de terapia psicológica para superar el duelo, pero lo que comenzó como un tratamiento exclusivo sobre dicha aflicción, acabó por convertirse en una intensa exploración acerca de mis orígenes, de mi infancia, de mi pasado y de aquello que en verdad me hacía feliz ¡Eureka! Nunca le estaré suficientemente agradecido a Sara Batanero por sacar aquel viejo juguete olvidado en el fondo del arcón de nuevo a la superficie.
En aquellos tiempos, me había puesto a preparar oposiciones, justo lo contrario de lo que una persona creativa y caótica como yo debería hacer, pero era lo que tocaba, hacía falta otro sueldo en condiciones en casa, así que me dije: "adelante, Mario, con un par". Y aquello generó aún más frustración si cabe. Leer y tener que aprender al dedillo aquellas leyes insoportables e infumables que jamás me servirían para nada durante casi dos años resultó un martirio.
Así que, mientras estudiaba una y otra vez los mismos temas, las mismas leyes, hacía miles de test, y me revolvía de amargor por dentro, comencé a escribir algunos relatos cortos, la mayoría de una calidad más que cuestionable, pero hubo uno que marcaría el devenir de las cosas. Se llamaba "Vade in Pace" y en origen, narraba simplemente la historia de un centurión romano que despertaba en mitad de un campo de batalla rodeado y casi enterrado por los cuerpos de sus camaradas muertos, malherido y sin poder moverse. La idea no era más que crear un relato corto de suspense en el que trasmitir la agonía y la impotencia de aquel valiente centurión, cuya única visión eran los rostros de sus compañeros asesinados. No iba a ir más allá, pero entonces se me ocurrió otra idea de lo más simple: "Ya que estoy ambientándolo en una supuesta derrota romana, que sea una derrota real", así que mis primeros pensamientos se dirigieron hacia lo más obvio: Teutoburgo o Cannas; demasiado manido, por lo que investigué sobre algunas otras y descubrí una que no conocía: Arausio, posiblemente la mayor y más humillante catástrofe militar de Roma a lo largo de toda su historia. Y nadie había escrito sobre ello, no al menos centrándose en ella, sino de pasada (No dudéis en leer "El Primer Hombre de Roma" de Colleen McCullough).
Así que me puse a investigar sobre Arausio. Esa investigación me llevó a los personajes que intervinieron en la hecatombe, la situación político-militar de la época y entonces... se produjo la magia. Cientos de conceptos e historias comenzaron a acudir a mi cabeza; personajes, intrigas, saltos temporales, relaciones amorosas, diálogos... Incluso curiosamente, una de las primeras cosas que escribí fue el epílogo, que apenas llegó a sufrir modificación alguna. Se me ocurrían situaciones inconexas, conversaciones sueltas y empecé a escribir todo eso sin ton ni son, pero con una ilusión desconocida hasta entonces. Allí había algo grande, algo prometedor, algo con lo que comprometerse y darlo todo, algo que en verdad, jamás había encontrado. Solo había un problema: seguía con las condenadas oposiciones.
En ese momento, se lo planteé a la que, por aquel entonces, era mi mujer, y he de decir que ella, tras leer varios de los pasajes que ya tenía escritos y manifestarse tremendamente sorprendida por su calidad, mostró una generosidad sin límites. Cuando le comenté que me sentía frustrado y amargado preparando oposiciones y que lo que quería era escribir una novela, ESA novela, no lo dudó; "Si eso es lo que verdaderamente te va a hacer feliz, adelante". Jamás hubiera imaginado en aquellos instantes, mientras teníamos esa conversación concretamente sentados en unos sillones del Ikea de Valladolid, que aquello iba a suponer el principio del fin de nuestro matrimonio, pero fue, sin duda, un gesto que, pese a todo lo que vendría después, nunca dejaré de agradecerle.
Y así comenzaron dos años apasionantes y tremendamente intensos, de investigación, de documentación, de muchas, demasiadas veces, frustración, de obstáculos y atascos desesperantes, de noches enteras sin dormir, de obsesión en ocasiones, odiando a alguno de los personajes que yo mismo había creado, de un trabajo rabioso... pero nunca me he sentido mejor, joder, nunca en la vida.
Solo la madrugada del 10 de junio de 2020 en la que, tras repasar los últimos párrafos, me di cuenta de que el libro estaba terminado, la historia estaba completa y era redonda, era justo lo que yo quería, lo que siempre quise leer como lector, y la amaba, la amaba más de lo que nunca amé a nada. Recuerdo ir al baño tras ese instante y ponerme a saltar y a agitar los brazos frente al espejo como un loco, riendo y llorando a la vez. Todo un momento, de esos que ni se olvidan ni se borran.
Así que ya estaba: había terminado mi primera novela y era una novela de 1.200 páginas ¿Todo un logro? No lo sé, lo cierto es que todo lo que hice tras esa madrugada de junio fue cometer una equivocación tras otra. En primer lugar, me empeñé en publicarla cuanto antes. Sentía una ansiedad profunda, una necesidad imperiosa; aquello era la hostia, disculpadme la expresión, pero así es, así lo sentía y no podía quedarme quieto, así que lo publiqué inmediatamente en Amazon. Y aquí había otro problema serio: Amazon solo admite un máximo de 820 páginas a la hora de autopublicarse, pero eso no me hizo retroceder. Gran pifia. Reduje el tamaño de la letra hasta la mínima expresión, los márgenes se convirtieron en algo prácticamente inexistente y aquella primera edición que se llegó a publicar era un tocho intolerable, inaccesible, un horror, pero en esos días, todo me daba igual; ahí estaba, mi libro, mi obra, mi creación, mi nombre en la portada... Qué ilusión ¿verdad? Y además con el añadido de contar con las geniales obras de mi, desde entonces buen amigo, Ernest Descals para emplearlas a mi antojo ¿Qué más se podía pedir?
Seamos sinceros; aquello no había por dónde cogerlo, literalmente, así que tras un par de meses, decidí dividirlo en cuatro libros. No era difícil, a fin de cuentas había escrito la novela en cuatro partes diferenciadas y distanciadas en el tiempo entre sí con sus correspondientes interludios y funcionaban a la perfección como novelas independientes. Pero tan pronto como las publiqué, empezó a dominarme la idea de que me había equivocado, que me había precipitado y que en realidad, debí enviar la novela a todas las editoriales antes de haber tomado la decisión de publicarla por mi cuenta. Grandísima pifia. Retiré la novela en todas sus versiones de Amazon a finales de 2020 y me embarqué en la "aventura editorial". Mi funeral.
El hecho de que mi primera novela estuviese compuesta ni más ni menos que por unas 1.200 páginas eliminaba automáticamente la posibilidad de publicarla a través de una editorial convencional, (aunque yo eso ni me lo planteé en aquel momento) pues ¿Quién iba a invertir en una novela de semejantes dimensiones escrita por un escritor novel? Nadie, pero aún así, lo intenté. No me di cuenta de que las editoriales no dejan de ser empresas que buscan obtener un beneficio, como cualquier otra, y por mucho que me dijese y me dijesen que mi novela era buenísima y que merecería estar entre las más vendidas, nadie iba a arriesgarse.
Conclusión: un año perdido de mi vida en el que caí en una depresión tremenda. La incertidumbre y la frustración acabaron con todo, incluido mi matrimonio, (bueno, supongo que en eso, colaboramos ambos) así que tras unos meses inenarrables, (meses de sufrimiento indecible, pero de los que surgieron los poemas que compondrán mi próxima obra "Las Noches en que Quebró el Tiempo"; así que supongo que no hay mal que por bien no venga, o mejor dicho; a la fuerza ahorcan) tuve que decir ¡Basta!
Reseteé mi cabeza y sobre todo mis ideas y decidí que, ya que me encontraba escribiendo la que sería la segunda novela pero que también estaría compuesta por cuatro partes ¿por qué no convertirlo en una saga? ¿Y por qué no volver a Amazon dándole una vuelta a todo, a diseño, a concepto y empezar de cero? Así fue como lo que siempre había sido "Que Los Dioses Te Guarden" se transformó en "Las Guerras Cimbrias - Que Los Dioses Te Guarden - Parte I, II, III y IV" más lo que vendrá.
Y aquí estamos, en este preciso instante, esta es mi historia, como persona y como escritor, historia que no ha hecho más que empezar y en la que espero que, de alguna forma, tú, que has llegado hasta aquí, después del peñazo terrorífico que te he soltado, formes parte. De verdad que cuanto ansío como escritor es que mis crónicas y mis cuentos te enganchen, que ames y odies a mis personajes, que te identifiques con sus vivencias y sus tormentos, por más que sus vivencias estén ambientadas hace más de 2.000 años, pues al final, todo se reduce a lo mismo: amores, traiciones, desamores, relaciones fraternales, amistades, odios enconados... Son temas universales que están ahí, con los que todos podemos sentirnos identificados, solo tienes que pasar las páginas y lo percibirás, así lo ansío.
De aquí partiremos a mi futuro poemario ilustrado, que ya he mencionado anteriormente, "Las Noches en que Quebró el Tiempo" en colaboración estrecha con la joven y genial artista, Lydia Morales, obra en la que tengo puestas grandes esperanzas y muchísima ilusión, así como otros proyectos en los que ya estoy inmerso. Mi cabeza es un hervidero y estoy deseando soltar todo lo que llevo dentro en forma de literatura, ya sea prosa o poesía, pues como ya te he transmitido, amiga, amigo, ese es mi sueño y lo ha sido siempre.
Así que todo lo que venga después, solo podrá ser bueno...